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En nuestra vida cotidiana, frecuentemente nos encontramos atrapados en el ajetreo de responsabilidades y expectativas que la sociedad impone a los adultos. Mientras crecemos, asumimos roles que adquirimos como resultado de lo que se considera “madurar”. A medida que avanzamos, muchas veces perdemos la sencillez, la alegría y la autenticidad que caracterizan a los niños. Jesús nos invita a reflexionar con su sabio consejo: “Sed como niños”.
Para entender mejor a qué se refiere esta enseñanza, es útil hacer una comparación entre las características y comportamientos de los adultos y los niños. La siguiente tabla muestra algunas de estas diferencias:
Características | Adultos | Niños |
---|---|---|
Perdonan rápidamente | ✔ | |
Juegan libremente | ✔ | |
Son curiosos | ✔ | |
Confían fácilmente | ✔ | |
Expresan sus emociones | ✔ | |
No guardan rencor | ✔ | |
Son sinceros | ✔ | |
Tienen imaginación activa | ✔ | |
No tienen prejuicios | ✔ | |
Dependen de otros | ✔ | |
Son espontáneos | ✔ | |
Disfrutan del momento | ✔ | |
Son honestos | ✔ | |
Son humildes | ✔ | |
Aman incondicionalmente | ✔ |
Es fascinante observar cómo los adultos a menudo perdemos y muy pocos conservamos las características y actitudes que son inherentes a los niños. El perdón rápido, la confianza, la curiosidad y la capacidad de expresar emociones libremente son cualidades que, tristemente, se desvanecen con el tiempo debido a las presiones y expectativas de la vida adulta.
Consideremos algunos ejemplos. Cuando los niños discuten o incluso se pelean, es común ver que, en cuestión de minutos, están jugando juntos de nuevo como si nada hubiera pasado. En cambio, los adultos a menudo guardan rencores y dejan que las discusiones afecten sus relaciones a largo plazo. Además, los niños abrazan y muestran afecto de manera natural y sin reservas, algo que los adultos a menudo hacen de forma más reservada y calculada.
La conclusión de esta reflexión es clara: aunque la vida nos presenta desafíos y experiencias que nos marcan, no debemos perder el espíritu de un niño. La alegría, la confianza, el amor genuino, la bondad y la inocencia son cualidades que todos deberíamos esforzarnos por mantener a lo largo de nuestra vida. No se trata de comportarse de manera inmadura, sino de recordar, reconectar y revivir al niño que llevamos dentro, permitiendo que el amor de Dios habite en nuestros corazones. De esta forma, siempre podremos gozar de una paz inefable que solo se percibe de la mano de Dios.